La violencia no es la causa de muerte exclusiva de los más de 52 mil cuerpos de personas sin identificar: hay un crisol de motivos, desde enfermedades, accidentes o hasta condiciones extraordinarias. Las ropas que vestían también cuentan la historia de su ausencia. Las personas que llevaban esas blusas, esos pantalones, esas sudaderas pueden estar aún contabilizadas en la lista oficial de más de 100 mil desaparecidos en México.
Por Violeta Santiago
Guanajuato, 31 de mayo (A dónde van los desaparecidos).- La sudadera gris tiene sangre en el pecho. El fondo es de un blanco perfecto, pero sobre la prenda se extiende una gran mancha a la altura del corazón y otra, más pequeña, en la axila derecha. También hay seis puntos hemáticos en distintas partes de la capucha. Pero lo que más le llamó la atención al fotógrafo Fred Ramos no es la huella que se ennegrece en el Servicio Médico Forense (Semefo) de Chihuahua, sino las bandas de cinta canela que estrangulan el puño derecho.
Mientras Ramos mira la imagen en su computadora, desde un café en la Ciudad de México, aventura sobre la posible historia que cuenta la ropa ensangrentada en silencio. “No se sabe mayor cosa más que lo que se está viendo. O sea, yo me creo conclusiones de que a lo mejor a esta chica la tuvieron amarrada con cinta, pero ¿quién sabe realmente qué pasó? Porque ni las autoridades lo dicen. No sabemos quién es”.
La prenda que fotografió Ramos en el laboratorio de ciencias forenses de la Fiscalía General del Estado (FGE) en la ciudad de Chihuahua representa uno de los pocos vestigios que acompañan un cuerpo no identificado en México como los más de 52 mil que documenta el Movimiento por Nuestros Desaparecidos, los cuales están en morgues o fosas comunes en todo el país. Entre ellos podrían estar algunas de las más de 100 mil personas desaparecidas y no localizadas que admite el Gobierno mexicano.
La imagen fue tomada el 22 de junio de 2021. Son escasos los datos que acompañan su expediente: las autoridades apenas saben que le pertenecía a una adolescente de entre 14 y 16 años, encontrada sin vida el 27 de octubre de 2017 en el kilómetro 100 de la carretera Chihuahua-Ciudad Juárez, y que murió por un disparo de arma de fuego.
El 17 de mayo de 2022, México rebasó la trágica cifra de 100 mil personas desaparecidas. A este dato se le suman 135 mil 500 que alguna vez lo estuvieron pero que fueron halladas con vida y otras nueve mil 900 que fueron encontradas, pero ya habían fallecido. Los datos dejan entrever un limbo entre la vida y la muerte, entre la crisis de desapariciones y la forense. Las familias que buscan a sus seres queridos indagan en los laberintos de los «necroarchivos», donde hay fotografías de cuerpos descuartizados, maniatados, con señas de tortura y ropas ensangrentadas.
La crisis de las desapariciones creció de manera vertiginosa a partir de 2006, después de la declaratoria de la mal llamada “guerra contra las drogas” que impulsó el entonces Presidente Felipe Calderón. Los números pronto superaron los registros que se tenían de la “guerra sucia”, aquel periodo de desapariciones realizadas por el Estado y que acumuló, al menos, 920 desapariciones.
La violencia afecta de manera distinta al territorio nacional. Culiacán y Ciudad Juárez, por ejemplo, encabezan la lista de los municipios en donde más personas que eran buscadas fueron encontradas sin vida. A nivel estatal, Tlaxcala, Sinaloa, Guerrero, Chihuahua y Baja California Sur concentran los mayores porcentajes de personas que fueron localizadas sin vida respecto al total de sus reportes.
La tragedia no se limita a la gran cantidad de personas desaparecidas de las últimas décadas. Simultáneamente miles de cuerpos fueron descubiertos en fosas clandestinas, sobre todo por los colectivos de búsqueda de personas desaparecidas. Y éstos terminaron acumulándose en Semefos y fosas comunes, con una capacidad institucional rebasada.
El fotógrafo Ramos, originario de El Salvador y quien comenzó su trabajo como reportero en El Faro, replicó en la capital de Chihuahua un proyecto que ya había realizado en su país natal en 2013: retratar las prendas que llevaban las personas desaparecidas y encontradas sin vida, que aguardaban en una morgue a la espera de un reclamo o una fosa anónima.
El fotoperiodista registró 24 ropajes que, por última vez, llevaron algunas de las personas no identificadas en la zona centro del estado de Chihuahua, y advirtió algo importante: la variedad de causas de muerte y su relación con las prendas.
Por ejemplo, el pantalón de mezclilla azul claro con sangre y tierra en los bolsillos traseros, que llevaba un hombre de entre 35 y 40 años, encontrado sin vida por causas naturales el 18 de julio de 2020 en una calle de la colonia Pacífico. O el pantalón de tela y la playera, ambos azules, con una mancha que parece corrosión, que nace en el abdomen, baja por la ingle y termina en los tobillos. Eran de una mujer de entre 25 y 35 años encontrada el 16 de junio de 2020. La causa de muerte: suicidio.
Un ahogado, fallecidos por sobredosis, personas atropelladas o asesinadas con armas blancas o de fuego, por golpes o, incluso, donde no se sabe ni por qué sobrevino la muerte. Lo que halló Ramos es, en realidad, el reflejo de la variedad de causas de fallecimiento que registran decenas de miles de personas que aguardan en Semefos o fosas comunes de panteones municipales.
Un crisol como evidencia de las múltiples formas de violencia, pero también de otras posibilidades de perder la vida: que no todos son disparos y ríos de sangre. Que también abundan los “sin dato” y “sin sistematizar” en los registros. Que el morir sin ser identificado en México es más complejo y más común de lo que se cree.
LA MUERTE MÁS ALLÁ DE LA VIOLENCIA
En el área de Antropología de la Dirección de Servicios Periciales y Ciencias Forenses de Chihuahua, el sentido de lo que es una persona se reduce a algo tan pequeño como una caja. Los cajones de cartón blanco acomodados en largas estanterías grises se distinguen entre sí por los rostros e hileras de información de las fichas de búsqueda que tienen pegadas al frente y por el código Sistema de Ingresos y Egresos de Cadáveres (SIEC).
El SIEC es un programa de captura para el depósito forense que funciona desde hace más de una década, mucho antes que entraran en operación los protocolos desarrollados por fiscalías estatales y autoridades federales, según explicaron las autoridades del Semefo que visitó el fotógrafo.
«Ya con el código lo buscaban en el sistema y me decían: ‘ah, okay, fue encontrado tal fecha, en tal lugar, es hombre, de más o menos esta edad'».
La ausencia, dice Ramos, es un tema bastante complicado de documentar visualmente. Pero confía en que la ropa de las personas no identificadas pueda ayudar —además de que alguien les reconozca— a construir su propio relato.
Ramos, quien obtuvo el permiso para hacer las fotografías en Chihuahua mientras los forenses aprovechaban para levantar su propio catálogo de prendas, se hacía constantemente preguntas entre la ropa que veía y las causas que leía. Ahogamiento, por ejemplo. A simple vista, la ropa arrugada —playera amarilla, manga corta; jeans oscuros— estaba percudida y terrosa, aunque también mostraba dos círculos carmesíes.
«Yo quisiera saber si pudo haber sido un ahogamiento por accidente o porque alguien le metió la cabeza. Son diferentes maneras, ¿eh? Pero no sabían, me decía: ‘No, no, no sabemos, tendríamos que hablar con no sé quién’, pero realmente yo creo que no tenían información más allá de eso, aunque ellos se jactaban de ser bastante ordenados en su sistema y ser como un poco más avanzados que otros estados en México».
En la base de datos con 38 mil 891 registros que conformó Quinto Elemento Lab en 2020 para la investigación CrisisForense se encuentran decenas de casos de ahogamiento, sumersión y, en algunos de ellos, se especifica si fue en agua dulce o salada.
Entre las causas hay de todo. Sin embargo, el registro no es sistemático. Muchos estados catalogan «suicidio», de forma general, mientras otros especifican «suicidio por ahorcamiento».
El poco orden también se aprecia en causas como la anoxemia (falta de oxígeno); por inmersión (ahogamiento); por sofocarse en un pozo, obstrucción; por broncoaspiración (con sangre u objetos); por muerte fetal; estrangulamiento; inhalación de solventes o hasta por sepultamiento.
Hay cientos de registros donde la causa de muerte se menciona explícitamente como «homicidio» o «muerte violenta» (sin dar mayores datos), mientras otros son catalogados bajo causas como «arma de fuego», «decapitación», «desmembramiento» o «carbonizado».
Sin embargo, a veces, la línea entre saber si se trató de una muerte con violencia o un deceso por enfermedad es tan delgada, que la información adicional puede ayudar a entender mejor el contexto del fallecimiento. Por ejemplo: los registros sobre anemia (pérdida de hemoglobina), entre algunos casos de desnutrición, hay muchos que refieren a hemorragias en distintas partes del cuerpo, ya sea por accidentes de tránsito, heridas de bala o úlceras.
Además de la violencia, también destacan los accidentes de tránsito (choques o atropellamientos) e incluso caídas desde un tren o arrollamientos por éste. En la Ciudad de México, por ejemplo, hay al menos 89 personas sin identificar que perdieron la vida en las vías del Metro, la mayoría, hombres que acabaron en fosas comunes; además, son bastante comunes y más o menos igualmente distribuidas las causas de muerte por homicidio, muerte natural o accidentes.
Las enfermedades y las fallas orgánicas también son frecuentes en prácticamente todos los estados: cirrosis, infartos, tuberculosis, choques sépticos, cáncer, trombosis, edemas. Otras son más características de ciertas zonas del país: Sonora acumula la mayoría de personas no identificadas que murieron por deshidratación (corporal severa, golpes de calor), aunque en Tamaulipas y Puebla también hay casos por enfermedades subyacentes.
En el abanico nacional, Yucatán destaca por no poner una causa de fallecimiento en muchos registros y, en su lugar, indicar la ausencia de piezas dentarias. En un par de registros en Sonora, en lugar de la causa se puede leer “bajo un árbol” o “bajo un puente”. Y Chihuahua es el único estado (con 83 registros) que determinó la causa de muerte como “abuso de drogas”, mientras Durango y Sonora emplean el término “sobredosis”.
Entre las fotografías de Fred Ramos, las prendas pertenecen a dos personas cuya muerte se clasificó como abuso de drogas. Un hombre joven y otro de 50 años, hallados en 2020 y 2016, respectivamente. Las prendas del más joven son un pantalón negro y una camiseta blanca, mientras que del otro hombre quedó un pantalón de mezclilla y una camisa a cuadros. Sus ropas se distinguen por estar menos sucias y, además, porque no tienen manchas de sangre.
Pero entre todas las imágenes hay una, la número 15, donde la causa de muerte es desconocida. Una camisa de manga larga —que parece haber sido blanca— desgarrada en espalda, pecho, brazos y puños y un pantalón de tela, ambos, llenos de tierra colorada, no dicen demasiado de lo que pudo haber ocurrido con el hombre de edad avanzada hallado en una carretera de Chihuahua.
Es de lo más común. De entre los más de 38 mil cuerpos sin identificar que la base de datos de Quinto Elemento Lab documentó hasta 2019, las autoridades no han determinado la causa en, al menos, 21 mil 818 casos bajo términos como “causa de muerte en estudios”, “se ignoran causas”, “osamenta” o “sin dato”. Y si bien en Sonora, Estado de México, Veracruz, Sinaloa, San Luis Potosí, Puebla y Oaxaca, Hidalgo, Durango, Colima, Coahuila hay registros donde no se determinaron las causas, en el extremo se encuentran Querétaro, Tabasco, Nayarit, Morelos, Michoacán Jalisco, Guerrero, Guanajuato y Baja California, donde prácticamente la totalidad de sus bases de datos solicitadas a través de la unidad de transparencia de información pública no determinan la causa de muerte.
“Estas bases de datos suelen ser rudimentarias, incompletas y poco actualizadas”, lo consigna el informe “La crisis forense en México”, elaborado por el Movimiento por nuestros desaparecidos México.
La precisión de las causas de muerte depende del estado del cuerpo: la forma más sencilla es a través de una autopsia. Pero un trabajador de una funeraria en el sur de Veracruz explica que en los estados “se trabaja a la antigüita”. Sin suficientes Semefos con cámaras refrigeradas o equipo forense, las funerarias particulares suplen la infraestructura. Así, contra el tiempo por los calores de hasta 40 grados, “trabajan con la vista y con las manos, a lo mexicano: sin equipo”. Y sin eso, hacer una buena identificación de las causas de muerte de una persona se vuelve una tarea complicada y con un margen muy alto de error.
Cuando el tejido se descompone y sólo quedan los restos óseos, saber las causas de muerte de un cuerpo no identificado se vuelve un dato valioso, porque eso permite conocer, de inicio, si se trató de una muerte violenta, de un accidente o de una muerte por enfermedad. Las causas de muerte también se relacionan con una fecha. Y si a esto se agregan otros detalles, como la ropa, por ejemplo, puede ayudar a formar una idea de cómo, cuándo y dónde ocurrió el fallecimiento.
El problema viene cuando el registro es incorrecto y las causas en papel no coinciden con lo que se ve. Virgina Garay Cázares, buscadora de Nayarit e integrante del Consejo Nacional Ciudadano, explica que se ha encontrado con erratas en las descripciones de las bases de datos. Esta es una de las más graves que recuerda: «En la descripción te ponen causas naturales, pero cuando estamos viendo en el cráneo tiene el famoso tiro de gracia».
“Ya no sabemos cómo tomarlo. No lo creemos. A muchas mamás les dicen que está el cuerpo de su ser querido y piden muchas veces sus revisiones. No es que no lo quieran aceptar. Han pasado tantas cosas que la verdad las familias no confiamos”, agrega Virginia, quien busca a su hijo, Bryan Eduardo Arias Garay, desaparecido el 6 de febrero de 2018 en Tepic, Nayarit.
Y es que una mala descripción de las características físicas de un cuerpo localizado o de sus causas de muerte implica que las posibilidades de identificar a la persona buscada se reduzcan. Garay explica que se han entregado cuerpos que durante años estuvieron como NI (no identificados) y se encontraban bajo el resguardo de las autoridades forenses, aunque sus familias denunciaron su desaparición y durante todo ese tiempo salían a buscar, a excavar, a pegar carteles y a marchar.
“El catálogo de fotografías de los cuerpos tienen una breve descripción, como ‘cuerpo sin cráneo’ y cuando lo presentan resulta que sí está. Mostraban la foto de una osamenta y era un cuerpo. Decían que era un cuerpo femenino y las prendas eran de hombre. Luego dice ‘sexo indistinto’. No están haciendo su trabajo como es debido”, denuncia.
Ante lo que califican de “malas prácticas”, las buscadoras han decidido tratar de identificar los cuerpos ellas mismas y de observar todos los indicios posibles, desde la ropa hasta las características que puedan sugerir por qué ocurrió el fallecimiento, antes de que se pierdan en un mal registro institucional. Rosaura Magaña, dirigente del colectivo jalisciense Entre Cielo y Tierra, considera que la experiencia que el campo les ha dado ha servido de mucho, pues “ya uno tiene, en el tipo de hallazgos, el tipo de muerte por cómo se encuentran los cuerpos”.
“Somos desconfiadas por culpa de eso”, insiste Garay.
LA CRISIS FORENSE, LA CRISIS DE LA IDENTIFICACIÓN
El Semefo donde Fred Ramos trabajó para documentar las últimas vestimentas de personas no identificadas en Chihuahua, aunque lucía bastante moderno, no dejaba de tener una atmósfera lúgubre. Sobre todo por un pasillo donde se ponía la ropa a secar —con rastros de fluidos o del terreno—, antes de empacarla al vacío para enviar al departamento de evidencias.
La ausencia huele a tierra y sangre. A pesar de que usaba mascarilla y traje blanco de perito, lo que más recuerda Ramos, era el olor. El del corredor y el que desprendían las bolsas de ropa que se abrieron para el registro fotográfico. “Eran bolsas que habían sido empacadas al vacío horas después de que había muerto una persona en esa ropa. Imagínate, había ropa que estaba realmente fresca, a pesar que hubieran tenido dos, tres años de estar ahí. Todos esos aromas almacenados salían de uno solo. Una mezcla de olores bastante rara”.
De acuerdo con el reporte público más reciente sobre Búsqueda e Identificación de Personas Desaparecidas, elaborado por la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas, entre el 1 de diciembre de 2018 y el 17 de septiembre de 2021 —durante la administración del Presidente Andrés Manuel López Obrador— apenas cuatro de cada 10 cuerpos exhumados en fosas clandestinas pudo ser identificado y sólo tres de cada 10 se entregó a una familia.
Chihuahua es una de las entidades con mejor sistematización de cadáveres, identificados o sin identificar. Una situación muy distinta a la que se ha visto en la mayoría del país. Rosaura Magaña recuerda bien lo que sucedió en el estado de Jalisco en 2018, con los dos tráilers refrigerados cargados con 322 cuerpos que ya no cabían en la morgue; uno de los peores episodios de la crisis forense que reflejan la saturación de los anfiteatros en todo México.
Garay cuenta que en uno de los tráileres de Jalisco había un par de cuerpos de personas de Nayarit. Uno de ellos era el de un joven por el que no había denuncia de desaparición, así que la Fiscalía no había intervenido más. “Lo que hice yo, me di a la tarea de ir a la casa de la señora. El muchacho salió porque se fue a trabajar. Dos años. No lo creía. A la semana la señora fue y era el cuerpo de su hijo”.
A Magaña le preocupa el porvenir: “Sigue existiendo el problema. El incremento de fosas de cuerpos y osamentas. Cuando yo ingresé [a las búsquedas] en 2017 eran tres mil 700 desaparecidos y no lo pudieron detener. A cinco años se triplicó la cantidad y siguen peor. Se está avanzando a pasos de bebé”.
La situación de México es tal que, no importa si la causa de muerte fue natural, por enfermedad, por algún accidente o un hecho de violencia, lo más probable es que si no se identifica el cuerpo, termine en una fosa común.
Esto es grave por varias razones. La buscadora Virginia Garay lo expone así: “Es fatal para una familia saber que ahí estuvo el cuerpo tanto tiempo y que las autoridades no hicieron nada. Que los envían a fosas comunes y tienen que pagar por exhumar los cuerpos anteriores”.
“Pasan cinco, 10, 15, 20 años buscando a su familiar pensando que están vivos y están en una fosa por una falta del sistema”, comenta el trabajador funerario de Veracruz.
Desde su experiencia en el colectivo de búsqueda, Magaña relata la impresión y el dolor que significa para una familia cuando, debido a la descomposición, lo que reciben se nota diferente a lo que originalmente habían identificado. “Hemos tenido la experiencia de que tardan uno o dos años [en ser identificado y entregado]. Es muy traumatizante. Cuando se entrega el cuerpo está más deteriorado. Ese es otro tipo de revictimización”.
La crisis de los cuerpos no identificados en México complica el panorama para las personas buscadoras. Porque no todos los cuerpos sin identificar corresponden a una denuncia por desaparición: en los registros hay personas fallecidas por enfermedad, accidente o suicidio, y que vivían en soledad o cuyos cuerpos simplemente no fueron reclamados, aún cuando las autoridades podían conocer sus nombres por medio de credenciales, por ejemplo. Las posibilidades son muchas.
Es común “morir identificado” y acabar en una fosa común, exponen la Comisionada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas en México, Karla Quintana Osuna, y el director en la Comisión Nacional de Búsqueda, Javier Yankelevich.
En los «tráileres de la muerte» en Jalisco, Garay recuerda el caso de un hombre de Nayarit que nada más tenía un hijo, pero que se encontraba en Estados Unidos. “Yo no puedo ir por él”, le dijo a Virginia. Con nombre y apellido el señor terminó en una fosa común.
Quintana y Yankelevich también hablan de esta otra crisis dentro de la crisis forense: de cómo en las fosas comunes yacen personas que potencialmente podrían identificarse si se comparasen los datos de las credenciales, la ropa o los tatuajes con las bases de datos de las personas reportadas como desaparecidas.
El trabajador de la funeraria en Veracruz recuerda un caso particular. En el interior de una fosa fue encontrada la osamenta de un hombre en 2014. Quedaba poco tejido sobre los huesos, pero la ropa estaba casi intacta: un bóxer de color oscuro con franjas azules y rojas, que decía “Lacoste” en el elástico; una calceta blanca con franjas azules y rojas con un dibujo de un balón de fútbol; una camiseta blanca, percudida por la tierra. Casi dos años completos los restos se quedaron en la esquina de la funeraria, en una bolsa negra, hasta que la Fiscalía ordenó que se enviaran a una fosa común. En esa misma ciudad se había registrado una docena de desapariciones, pero no se hizo el cruce de los datos para tratar de devolverle la identidad o el nombre.
De acuerdo con un informe sobre cementerios públicos en zonas metropolitanas del país, elaborado por el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), en 2020 se contabilizaron 10 mil 247 cuerpos inhumados en fosas comunes. Cuatro mil 611 correspondían a cuerpos no identificados, pero dos mil 689 sí estaban identificados y, además, había mil 404 identificados y no reclamados. El Valle de México es la zona con más cadáveres identificados en este tipo de fosas, pero también destacan los panteones de Tijuana, Mexicali, Chilpancingo, Mérida, mientras que en León, Tijuana, Puerto Vallarta y Monterrey se acumulan más cuerpos identificados y no reclamados.
Las bases de datos de los Semefos y las condiciones físicas y de recursos humanos de estos lugares se convierten en el escenario perfecto para la no identificación. Así, la acumulación de cuerpos y la disputa por el espacio en las saturadas morgues hace que se desplacen los casos de larga data hacia las fosas comunes o universidades, es decir, hacia una desaparición institucional.
MILES DE DESAPARECIDOS, MILES DE CUERPOS SIN IDENTIFICAR
México es el país de los más de 100 mil desaparecidos. También es el territorio donde los colectivos señalan que hay más de 52 mil cuerpos sin identificar repartidos en su mayoría en fosas comunes, en morgues, en universidades (por donaciones a facultades de Medicina), en funerarias, incinerados o ni siquiera se sabe dónde están.
“Había muchas, muchas botas. Realmente la manera de vestirse era muy norteña”, recuerda Ramos sobre su proyecto fotográfico en Chihuahua. Aunque la ropa de una persona atropellada se conserva diferente a la de una víctima de homicidio, dice que sentía que eran personas de la región porque usaban el mismo tipo de calzado.
Las causas de muerte llevan a una última corazonada de Ramos. La primera foto que tomó para su proyecto es la más peculiar de todas: consiste en un pantalón de color claro, tan hecho jirones que pareciera que se va a deshilachar en cualquier momento, una gorra y una cobija a cuadros. El fotógrafo cree que el cuerpo estaba enterrado y envuelto en esa cobija. Algo que en sus años de trabajo como periodista en El Salvador no había documentado.
“Cada vez que la movía tiraba un montón de tierra. Creo que esta foto es una que habla de la desapariciones en México, de situaciones muy de acá, que nunca había visto en El Salvador”.
Lo que ve es paciencia. Recuerda las tomas que hizo en su país, donde mucha ropa tenía mutilaciones, los cuerpos estaban en agujeros poco profundos y no tenían zapatos. Ramos se estremece un momento antes de soltarlo: “Mi conclusión es que pareciera que no había de qué preocuparse realmente, que [quienes cometieron el asesinato] tenían una manera más tranquila de actuar”.
Fred reflexiona sobre las posibilidades que un buen registro sistematizado puede significar para la labor de búsqueda de personas desaparecidas en medio de las decenas de miles de cuerpos no identificados. “Andan buscando a sus hijos que ya fueron encontrados por las autoridades, pero que nunca se los han hecho saber”.
Bien sistematizadas, las causas de muerte podrían servir de filtro para ayudar a reducir el universo de personas desaparecidas y darle certeza a las familias. “Nos muestran prendas y cuerpos completos de personas indigentes o que no tienen familia. Pero los cuerpos que queremos ver, lastimados, en fosas o en calles, no nos los quieren mostrar”, se queja Garay. Entonces, dice, no les queda más que “estar paradas al pie de la fosa”.
Las siluetas de ropa que Ramos fotografió no tienen carne ni rostro. Pese a todo, cuentan la historia de su vida a través de los pequeños detalles de su muerte.
“Necesitamos regresarles a casa”, dice Victoria Garay. “Necesitamos regresarles su identidad”.
La ausencia se borra trayendo sus nombres de vuelta.
***
Fragmentos de la Desaparición es una investigación periodística que permite explorar la información sobre cómo México llegó a las 100 mil personas desaparecidas, quiénes faltan, desde cuándo y en qué territorios se resiente su ausencia. Esta es una serie de Quinto Elemento Lab y del proyecto A dónde van los desaparecidos.